La primera república española / Época andalusí
Los ciudadanos de Córdoba, España, destituyeron al último califa omeya y proclamaron una república en el año 1031, seleccionando al líder de la ciudad por primera vez por un procedimiento electivo y meritocrático.
En las clases de historia siempre nos han enseñado que la primera república española se proclamó en el año 1873, tras la abdicación de Amadeo de Saboya. Sin embargo, pocos saben que en realidad el primer experimento republicano en España se produjo más de ocho siglos antes, concretamente durante la etapa de Al-Ándalus y la dominación árabe en ese país.
Los ciudadanos de la ciudad de Córdoba destituyeron al último califa omeya y proclamaron una república en el año 1031, seleccionando al líder de la ciudad por primera vez por un procedimiento electivo y meritocrático.
Resulta sorprendente por ello, que cuando en las facultades de Ciencias Políticas de nuestro país se enseña teoría del poder, estudiándose las repúblicas de Florencia o Venecia como primeros ejemplos de estructuras estatales no monárquicas posteriores a la antigüedad clásica, no se mencione nunca que los españoles tuvimos el orgullo de ser uno de los pueblos pioneros en proclamar una floreciente república en tiempos medievales, cuando el resto de Europa vivía en el oscurantismo. Por ello, esta semana hablaré de la ciudad-estado de Córdoba y del gobernante hispano-árabe Abu-al-Hazm Ibn Yahwar: el primer republicano español.
En primer lugar quiero dedicar unas líneas a contextualizar brevemente la situación histórica de nuestro país en aquellos siglos medievales. La llegada de los árabes a la península Ibérica se tradujo en la construcción de un faro de civilización, tolerancia, ciencia y progreso que supuso una excepción revolucionaria en medio de una Europa feudal dominada por el oscurantismo y el fundamentalismo religioso católico.
Los árabes fusionaron los elementos científicos y culturales del helenismo, de Persia y de la India, trayendo a España (país que ellos denominaban Al-Ándalus) todas las aportaciones del saber, el arte, la ciencia, la ingeniería y el lujo del esplendor oriental de dichas civilizaciones. De esta manera, España fue el centro neurálgico del saber europeo, ya que desde nuestro país se importó a la atrasada Europa feudal todo el caudal del conocimiento grecorromano y helenístico que los paleocristianos del final del Imperio romano habían quemado y destruido por ser textos paganos (la célebre biblioteca de Alejandría por ejemplo).
Los musulmanes sin embargo, apreciaron la filosofía y la ciencia griega, realizando copias al árabe de las más importantes obras clásicas de diversas materias, las cuales se vieron completadas por la ciencia oriental (persa e india).
Además, la tolerancia religiosa del Islam hizo que los judíos gozasen por primera vez de una total libertad, lo que posibilitó que se viviese la Edad de Oro de la cultura hebrea. Por su parte, los hispanos que deseaban mantener sus creencias cristianas también pudieron hacerlo dentro de este clima de tolerancia, pasando a ser conocidos como “mozárabes”.
Todo este crisol de cultura, conocimiento y esplendor (verdadera cuna del posterior Renacimiento) se vio complementado además con la hegemonía geopolítica a partir del año 929, ya que en esa fecha, el emir Abd-al-Rahmán III rompía su dependencia político-religiosa con respecto al califato de Bagdad y fundaba su propio califato con capital en Córdoba, lo que convertía a Al-Ándalus además de en el centro cultural europeo en el ente político más poderoso del Mediterráneo.
En aquellos años Córdoba tenía mezquitas, universidades, bibliotecas, alumbrado público, innumerables termas, calles empedradas, jardines floridos, acequias y fuentes, una administración eficiente, lujo palatino, confort ciudadano y un floreciente comercio de mercancías exóticas, cuando en el resto de la Europa feudal se vivía en la ruralidad, el analfabetismo y la inseguridad.
Esta madurez intelectual combinada con la prosperidad de los comerciantes y el bienestar ciudadano alcanzó su cenit en el momento en que el califato se disolvió, ya que los cordobeses llegaron a proclamar una república burguesa que gobernó la ciudad durante casi medio siglo, siendo una de las primeras repúblicas de la historia junto con las ciudades-estado italianas. La tradición republicana en España es por lo tanto de las más antiguas del mundo. Por ello, no es de extrañar que la Córdoba andalusí fuese conocida por los viajeros que la visitaban como la “Perla de Occidente”.
Y es en esta Córdoba floreciente donde aparece no por casualidad la figura de Abu-al-Hazm Ibn Yahwar. Este aristócrata cordobés musulmán proveniente de una importante familia andalusí y descendiente de un visir de los Omeyas, fue elegido por una asamblea de notables como gobernante de la nueva República de Córdoba en el año 1031, surgida tras la destitución del último califa, Hisham III.
Dicha asamblea estaba formada por los cabezas de familia más importantes de la ciudad, tanto aristócratas como comerciantes. Su elección se debió a que gozaba de un gran prestigio popular y era considerado un hombre justo, honorable, prudente y con grandes dotes para la política y la administración, ya que había demostrado su buen juicio durante los convulsos años finales del califato.
Ibn Yahwar, en su nuevo cargo republicano, imprimió a la ciudad un marcado carácter burgués que hizo florecer de nuevo el comercio, restauró los edificios públicos que habían sido destruidos durante la desintegración del califato, creó una milicia ciudadana entregando armas a los comerciantes para garantizar el orden público, y sometió en todo momento sus decisiones a la asamblea.
Asimismo, consolidó la soberanía de Córdoba al mantener una equilibrada política de alianzas con las taifas vecinas, llegando por su prestigio de gobernante ecuánime a arbitrar disputas entre ellas, lo que benefició enormemente a la república. Consecuente con su forma republicana de entender el poder, Ibn Yahwar no se trasladó a vivir al palacio califal ni nombró sucesor. La próspera república que había dejado como legado le sobrevivió otros 20 años, hasta que fue finalmente invadida por la taifa de Sevilla.
En resumen: el primer republicano español fue un hispano-árabe de la esplendorosa ciudad de Córdoba en tiempos medievales. Obviamente, llevaría un turbante en la cabeza, estaría armado con una cimitarra bajo el cinto y profesaría el islam como religión, pero al margen del exotismo, lo cierto es que el legado político y cultural de Al-Ándalus también llega hasta el punto de que hoy los españoles podamos rescatar esta curiosidad histórica y utilizarla como otro ejemplo de la larga tradición republicana de nuestro país.
Igualmente, creo que redescubrir este primer conato republicano también plantea el debate de los discursos políticos civilizatorios, recuperando el legado oriental y mostrando que no solamente la cultura cristiana occidental es la depositaria de la tradición republicana y modernizadora.
Como vemos, en otras civilizaciones también surgieron experiencias emancipadoras para la ciudadanía, y España, como crisol de pueblos y culturas que ha sido siempre, pudo ser protagonista y testigo de una de las primeras repúblicas de la historia en plena Edad Media, bajo la hegemonía árabe y con claras influencias orientales.
Por Miguel Candelas. Licenciado en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales. Máster en Análisis Político, Máster en Comunicación Política y Máster en Profesorado de Ciencias Sociales.