La catástrofe (Al Nakba) (2008)
Directora: Rawan Al Damen
Título original: Al Nakba (AKA The Catastrophe)
Guión: Rawan Al Damen
Fotografía: Rawan Al Damen
Producción: Al Jazeera
Montaje: Naser Abu Tayeh
Locución: Michael Walker
Año: 2008
Duración: 200'
Con material de archivo único y testimonios de historiadores israelíes, palestinos y británicos, se relata una historia extraordinaria, la de la catástrofe palestina (al nakba) que aún hoy modela los asuntos de Oriente Próximo.
La primera parte abarca el período entre 1799 y 1947. La segunda parte profundiza en lo ocurrido en 1948, en la limpieza étnica y en la expulsión de 800.000 palestinos que se convirtieron en refugiados, y que actualmente han pasado a ser 5 millones en todo el mundo.
El 15 de mayo de 1948 se erigió sobre el suelo de Palestina una bandera extranjera como símbolo del nacimiento de un nuevo Estado. Para los habitantes de Palestina aquello no fue una sorpresa, sino más bien el producto de un proceso de inmigración planificada por el movimiento sionista y reforzada por las políticas genocidas de los gobiernos europeos respecto a los propios habitantes judíos de sus territorios. Sin embargo, la Nakba, como fue conocido ese día, fue determinante para el futuro de los palestinos que a partir de entonces no podrían definirse más como el diccionario los entiende, es decir, como “habitantes de Palestina”, sino más bien de acuerdo a las deficientes condiciones humanitarias, a la pobreza, el crecimiento de los campamentos de refugiados, el desprecio de los propios gobiernos árabes, las organizaciones de resistencia y las innumerables batallas por dar a conocer al mundo las causas de su situación.
Desde la Nakba se puede trazar otra historia del Pueblo Palestino. Antes de esa fecha los sionistas no eran israelíes y parecían tener en la cabeza un proyecto descabezado, organizado con el capital internacional. Los palestinos, por su parte, confiaban en un elemento creíblemente superior: la protección de los gobiernos árabes que parecían ir camino a una verdadera consolidación política. Antes de la Nakba Palestina era Palestina y los documentos de la propia Organización Sionista Mundial se referían al Yishuv como comunidad judía en Palestina. No estaba en entredicho el nombre de los habitantes del país, más allá de que estos fueran judíos, árabes o judíos-árabes. Las masacres perpetradas por los terroristas del Irgun y el Stern habían hecho huir a la población de diversas aldeas que luego fueron ocupadas por los invasores, quienes muchas veces simplemente habitaron las viviendas desocupadas. La gente que huyó, y que hasta el día de hoy espera que la Legalidad Internacional haga valer su Derecho al Retorno, no llegó como un árabe más a vivir a otros países, sino que conservó la identidad que la Nakba intentó destruir. Ellos siguen siendo palestinos.
Muy lejos de las intenciones del sionismo internacional que juró que las siguientes generaciones de palestinos no iban a saber lo que era Palestina, lo cierto es que la resistencia se organizó en torno a esos mismos ideales, es decir, hacia la negación del olvido y la inestabilidad de un Medio Oriente que no podría superar sus diversos problemas sin antes transformar la Cuestión palestina en un asunto prioritario. Al Nakba, literalmente La Catástrofe, significó la expulsión inmediata de seiscientos mil palestinos. La Guerra de los Seis Días de 1967 terminó por exiliar a otros setecientos mil, quienes hoy conforman los 4,5 millones de refugiados palestinos en el mundo. Para el sionismo, la táctica de la expulsión fue la más adecuada para terminar con la identidad palestina. La asimilación de este pueblo entre la gran masa árabe sería cosa de algunos años, lo que no deja de ser un planteamiento curioso viniendo de un grupo de judíos que durante dos mil años reforzaron una identidad que incluso era más débil que la palestina, porque se basaba fundamentalmente en la transmutación del concepto de religión en el de pueblo. Los palestinos, en cambio, jamás necesitaron siquiera una identificación religiosa, siendo que un porcentaje importante de su población es de origen cristiano. Muy por el contrario, estos cristianos palestinos jugaron un rol activo en la teorización y praxis de la resistencia palestina y en la organización de un movimiento nacional que enfrentara a la ocupación. Y aunque puede parecer sorprendente, muchos judíos aparecen hoy entre las listas de los mártires palestinos porque entendían perfectamente que el sionismo sería fuente de división étnica-religiosa y no un instrumento de integración de los pueblos.
Con la Nakba, el sionismo consolidó un proyecto exclusivo para los judíos y dio a sus correligionarios la posibilidad de recluirse en un Ghetto gigante, pero al mismo tiempo actuando como punta de lanza de un imperialismo europeo, y luego norteamericano, en Medio Oriente. A partir de esa fecha, nunca más Palestina fue el puente que unía tres continentes, ni el paso obligado del comercio mundial. Desde la Nakba, Palestina se transformó en una cárcel para los palestinos de los Territorios Ocupados y un Ghetto para los sionistas quienes crearon una estructura de poder validada por la Comunidad Internacional, a pesar de que no ha cumplido con ninguna de las condiciones para ser parte de tal. Debemos por tanto, analizar la Nakba desde sus múltiples consecuencias. No sólo implicó la destrucción de Palestina, sino también la del judaísmo como parte inherente de la propia sociedad que habían construido los palestinos. El sionismo le negó a su propio “defendido” la posibilidad de integrarse a la sociedad que decían anhelar construir. En lugar de eso, le reescribió otra sociedad construida en oposición a lo palestino, negando la identidad de su “adversario”, comiéndoselo en sacrificio con el fin de apropiarse de sus características esenciales. Esto último no es un tema menor. La propia sociedad israelí, nacida de la Nakba es la oposición dialéctica de la sociedad palestina. Por eso era necesario destruir socialmente al pueblo palestino, para que sobre sus ruinas se levantara su propio hijo.
El psicoanálisis tendría mucho que decir a partir de las posturas de Ben Gurion quien consideraba a los árabes como judíos convertidos al Islam, es decir sus propios padres, o de Beguin quien afirmaba se sentía más cómodo entre los propios árabes, porque ellos reproducían las viejas costumbres de los judíos, que entre los judíos europeos que habían inmigrado a Palestina. En efecto, lo que habían hecho era convertir culturalmente a los palestinos en un cordero de sacrificio a través del cuál podría nacer una nueva sociedad basada en valores superiores como la democracia y la integración, cosa que jamás ocurrió. Cada mayo Israel celebra su “independencia”, el propio sacrificio de los palestinos, como reforzamiento de su identidad nacional construida a partir de la amalgama étnica y lingüística de sus inmigrantes. Pero su conquista de la tierra, el asesinato del padre y su eterna reivindicación a través de la ceremonia, en realidad han estado chocando todos estos años con una verdad que les retumba en los oídos a diario: Que los palestinos siguen existiendo, que quieren volver, que no se han rendido, que seguirán hasta el final, que están aumentando en número, que ya están acá dentro, que no desaparecieron.
Cuando los palestinos analizaban la Nakba hace treinta años, las principales teorías surgidas para analizar el proceso llevaban a interpretar la situación a partir de la derrota y las distintas alternativas de resistencia que servirían para reivindicar la deplorable situación palestina. Sin embargo hoy, en pleno siglo XXI, cuando ya nadie duda de la existencia del Pueblo Palestino, y sabiendo lo terrible de las condiciones en las cuales vive y en las que desarrolla su realidad (es), lo cierto es que también vale la pena hacer el análisis desde el punto de vista de la derrota del sionismo, cuyo mayor logro había sido la expulsión de un pueblo que 59 años más tarde no solamente sigue existiendo, sino que además ha convertido su Causa en un factor de inestabilidad regional y ha impedido definitivamente que el plan sionista se concretice en su totalidad.
Ha llegado el momento, sin duda, de que la resistencia palestina comience a tomar en cuenta la propia frustración del Estado Sionista de Israel que todos los años en mayo rinde tributo al sacrificio de un padre que aun no ha podido asesinar, porque Palestina no es sólo un niño muerto por una bala israelí, sino todos sus niños dispuestos a resistir. A 60 años de la Nakba, el momento más doloroso que ha tenido que enfrentar la sociedad palestina hasta nuestros días, podemos identificar importantes procesos que han ido condicionando la conformación de identidades. Por una parte, los palestinos de Gaza y Cisjordania se han formado todos estos años separados por Israel e influidos por Egipto y Jordania respectivamente. Al mismo tiempo, estas dos poblaciones se encuentran viviendo una ocupación brutal que obliga a generar prácticas de resistencia. Los que se encuentran en el exilio tienen la bandera de lucha del Retorno (al igual que los desplazados que viven en los Territorios Ocupados) eternamente negado por el sionismo y muchos otros han construido su vida en países europeos y americanos, aportando con nuevas visiones a la Causa Palestina.
Ninguno de estos procesos migratorios y de construcción identitaria es excluyente. Muy por el contrario, han servido para instalar a la Cuestión Palestina en distintos ámbitos y plataformas para la acción de la resistencia. Por todo el mundo se organizan los estudiantes, las mujeres, las ONG’s, los profesionales, etc. Siempre con Palestina puesta en el horizonte. Será tal vez porque la Nakba fue la catástrofe del Pueblo Palestino, pero el momento en que ocurrió coincidió también con un nivel creciente de identificación de los pueblos del Mundo Árabe con el nacionalismo y la revolución. Sea como sea, lo que sí es indudable es la frase de Mahmoud Darwish: “Que Palestina era y sigue siendo…”
Fuente del texto: Oficina de información Chileno-Palestina
Reedición Abdo Tounsi
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