La otra orilla,
Describo una situación con un pequeñajo adorable de cuatro años que me pregunta, estando en la playa: ¿Dónde está la otra orilla del mar, por qué no la veo, qué hay en la otra orilla?... Y yo digo: PALESTINA. Vinculo esto a lo que ocurrió después.
A los dos días el peque dibuja con acuarelas garabatos en azul y verde. ¿Qué es eso? pregunto. Niños, responde. Luego comienza a dibujar rayas como REJAS, cruces de lado a lado de la hoja, grandes asteriscos en rojo, en negro, círculos, espirales, y así más y más rojo y negro, y más rayas y más círculos. Y no deja de pintar. La hoja chorreando, empapada en esos colores. Venga, acaba ya, sal de ahí. Le digo ya impaciente. No, me dice, los niños están castigados y no pueden salir de ahí.
Al día siguiente, dice que quiere pintar de nuevo, lo mismo. No, deja que salgan los niños ahora. Le digo. No, me dice. Y ya no le di las acuarelas para pintar.
Igual por eso seguiré enviando textos, son las acuarelas que confisqué. O igual continúo porque he pasado dos semanas bañándome en un mar ensangrentado sin saberlo, con los ojos y oídos tapados con mis empañadas gafas de piscina y desgastados tapones de cera para prevenir que me entrase agua. O porque a pesar de mi recién diagnosticada vista cansada y de mi otitis de piscina (de cloro) de los últimos días, parece que ahora no puedo dejar de ver sangre y oír gritos aunque no quiera.
Y sigo reconstruyendo mi casa. Alguien dice: No lo entiendo, que alguien me lo cuente de nuevo.
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