Sobre el autor
Lluís Bassets es periodista. Director adjunto de EL PAÍS. Se ocupa de las páginas y artículos de Opinión. Escribe una columna semanal sobre temas de política internacional.
Empezaré por el final. Recomendaré a todos ustedes que lean el libro antes de empezar la presentación. 'El Muro de Hierro' de Avi Shlaim será mi libro de cabecera en los próximos meses al menos por tres razones, todas ellas muy prácticas. Me servirá para entender y documentar la crisis actualmente en marcha entre Israel e Irán a propósito del desarrollo nuclear en este último país. Me servirá también para entender la crisis que se está fraguando entre Egipto e Israel alrededor del tratado de paz entre ambos países, surgido de los acuerdos de Camp David de 1978 entre Sadat y Begin gracias la mediación de Carter y ahora discutido, si no impugnado por algunas de las fuerzas políticas ascendentes después de la caída de Mubarak. Y me servirá para entender también lo que va suceder entre el conjunto del mundo árabe e Israel, después de las revoluciones árabes y la marcha de algunos de estos países hacia regímenes de democracia parlamentaria.
'El Muro de Hierro' es el libro de un historiador, y no de un historiador cualquiera, sino de uno de los historiadores israelíes revisionistas, todos ellos investigadores y académicos que publicaron alrededor de 1988, en el 40 aniversario del Estado de Israel, trabajos que discutían y ponían en duda la versión oficial de la historia de Israel, sobre todo de la Guerra de 1948 contra los países árabes que precedió a la creación del Estado y a la independencia. Shlaim recuerda en su prólogo a esta segunda edición española que Shlomo Ben Ami, ex ministro de Exteriores de Israel y también historiador considera que los nuevos historiadores influyeron directamente en el transcurso del proceso político y en realidad de las negociaciones entre israelíes y palestinos. En la batalla dialéctica entre las dos partes la existencia de una historiografía que ponía en duda la historia oficial, y sobre todo los mitos y los relatos mitificados, hizo cambiar las posiciones de unos y otros.
La historia modifica la realidad política. El conocimiento del pasado sirve para modelar el futuro. Es bien curioso que sea precisamente Israel el país de donde sale la historiografía de mayor potencia política de las últimas décadas. No sé yo si los nuevos historiadores seguirán influyendo en el curso futuro con tanta intensidad como lo han hecho hasta ahora, pero sí es seguro que sus aportaciones deberán ser tenidas en cuenta por los políticos y sobre todo por quienes intentamos comprender y analizar el curso de los acontecimientos.
(Este texto corresponde a mi intervención ayer martes, en la presentación del libro 'El Muro de Hierro' de Avi Shlaim, publicado por la editorial Almed, celebrada en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, con la participación del editor, Jerónimo Páez, el autor, Avi Shlaim, el ex presidente del Gobierno Felipe González y el enviado especial de la Unión Europea para el mundo árabe Bernardino León, además del autor de este blog.)
Para prever lo que pueda ocurrir entre Israel e Irán hay que ver qué ha ocurrido en las anteriores guerras y cuál ha sido la posición de Estados Unidos. Avi Shlaim nos permite comprender gracias a su libro que no es nueva la idea de una amenaza existencial que ahora se esgrime. Al contrario, pertenece al corpus ideológico casi fundacional y está unida directamente a la idea misma del Muro de Hierro. Este es el título del libro y mucho más, quizás el tema que recorre todo su itinerario histórico, como lo hacen los temas musicales.
¿Qué es el Muro de Hierro? Es un concepto acuñado en fecha tan lejana como 1923 por Vladimir Zeev Jabotinski, judío de origen ruso instalado en Londres, teniente de la Legión Judía que combatió en la Primera Guerra Mundial con banderas propias pero bajo disciplina británica y fundador del sionismo llamado revisionista, frente a la cúpula del sionismo que representa Chaim Weizmann, partidario de una resolución negociada y diplomática a la reivindicación nacional judía. Decir Jabotinski es para muchos decir militarismo e incluso fascismo sionista, según palabras utilizadas por quien fue el primer presidente de Israel.
El Muro de Hierro no es exactamente Masada, la fortaleza aislada que resiste hasta el último hombre y prefiere el suicidio a la rendición. El Muro de Hierro no es tampoco permanente. Pero puede llegar a ser ambas cosas. Shlaim nos cuenta que Jabotinski lo consideraba un instrumento, el más importante, para garantizar la existencia de Israel.
Israel no surge según su concepto de una negociación. Pero una vez los árabes hayan sido desposeídos de toda esperanza de borrar a Israel del mapa, el Muro de Hierro se convierte en el instrumento que hay que utilizar para la negociación. Shlaim considera: 1.- que todo el sionismo ha terminado adhiriéndose al Muro de Hierro. 2.- que sin embargo no todos reconocen la existencia de los palestinos como pueblo, tal como los reconocía Jabotinski: Golda Meir no los reconocía, por ejemplo; otros todavía peor, desprecian o destetan a los palestinos. 3.- otros más, Avigdor Lieberman por ejemplo, quieren expulsarles o deportarlos. Jabotinski practicaba en cambio una educada indiferencia. 4.- que el revisionismo genuino implica, finalmente, sentarse a negociar, cosa que no quieren hacer casi nunca los seguidores actuales de Jabotinski.
Jabotinski practica esta ‘educada indiferencia’ respecto a los árabes, pero en ningún caso piensa en expulsarlos de Palestina. El fundador del revisionismo era un nacionalista radical pero realista, que se podría contraponer a lo que hoy llamamos el buenismo izquierdista, partidario de las componendas, y es precisamente su realismo político el que le lleva a extremar la dureza de sus posiciones frente a los árabes hasta acuñar la idea de un Muro de Hierro.
El problema estratégico más serio del revisionismo es su idea de la tierra de Israel, el Gran Israel, que deja escasos márgenes para negociar y que tiene el grave inconveniente demográfico de que en un muy próximo futuro contará con más árabes que judíos. En cuanto a su método, su otro gran problema es su nula confianza en la diplomacia, la negociación y el multilateralismo, al menos durante la fase del Muro de Hierro. Finalmente, desde el Muro de Hierro nunca están las cosas maduras para negociar. Todo ello sirve para atenerse a la política tan eficaz de ir ganando tiempo.
“Los jefes de las delegaciones israelíes para las negociaciones bilaterales aparentemente tenían instrucciones de no moverse y dar la impresión de que estaban teniendo lugar negociaciones reales y de que el proceso de paz estaba vivo y tenía buena salud, pero sin hacer concesión alguna en asuntos básicos”, escribe Shlaim en relación a la ronda de conversaciones que se celebraron en Washington, después de la conferencia de Madrid. Pero estas frases valen para casi todo el proceso de Oslo e incluso para cualquier negociación.
El Muro de Hierro también es la capacidad de defenderse y de tomar las decisiones por uno mismo sin contar finalmente con nadie exterior, amigo o aliado. Es quizás la parte más falaz de la teoría: sin diplomacia, sin aliados, sin suministro de armas y sin ayuda financiera, no hay Muro de Hierro que valga. Pero ahí funciona el sarcasmo de Moshe Dayan sobre las relaciones con Estados Unidos: “nuestros amigos norteamericanos nos ofrecen dinero, armas y consejo: tomamos su dinero, tomamos las ramas y rechazamos el consejo”. Sirve muy bien para entender la actual tensión con Obama a propósito del ataque al Irán nuclear de los ayatolas.
Decía que me iba a servir del libro para entender tres crisis en curso. Respecto a Irán, una de las conclusiones que sacamos de la narración del rosario de guerras en las que está involucrado Israel es que toda guerra es imprevisible. Pueden salir mal las que se plantean bien y bien las que se plantean mal, aunque el margen para empeorarlo todo y siempre es notablemente alto. Sobre todo, porque casi todas son guerras elegidas, no son el último recurso, es decir, no son guerras necesarias e inevitables. Cabe decirlo de Suez, de las guerras de Líbano y de la de Gaza y también de la que se está imaginando para destruir el poder nuclear iraní.
Hay una creencia en la fuerza militar que va más allá de lo razonable. Consiste en pensar que la demostración de fuerza servirá para imponer la autoridad y proporcionar una lección a quien la sufra. Como demuestra el Muro de Hierro, es una creencia, en buena parte compartida con Estados Unidos, que puede encegar a los creyentes y conducir al desastre.
Vamos a la segunda. Para saber qué va ocurrir entre Egipto e Israel es imprescindible conocer en detalle cómo se construyó el acuerdo de paz entre ambos países. En la nueva etapa será inevitable que salgan de nuevo los temas que quedaron pendientes en Camp David, que eran fundamentalmente dos: Sadat quería hacer la paz por separado con Israel pero sin que en realidad pudiera ser acusado de ello por los otros países árabes; pero no tenía más remedio que hacerla, porque la única paz que estaba dispuesto a firmar Begin era por separado con Egipto. Y Sadat quería a la vez completar Camp David con la resolución del conflicto palestino, cuestión que quedó reflejada en un documento aparte: “Un marco para la paz en Oriente Próximo”, en el que se contemplan las famosas resoluciones 242 y 338 de retorno a la situación anterior a la Guerra de los seis días, de 1967, como base para la negociación. Ahora será inevitable que el nuevo Egipto post Mubarak, sea como sea y se configure la correlación de fuerzas entre islamistas y militares, se replantee los acuerdos de Camp David, sobre todo la parte que quedó pendiente, la resolución del conflicto con los palestinos. Incide en ello la situación de la franja de Gaza, la relación entre los Hermanos Musulmanes y Hamas o la difícil estabilidad del Sinaí, desmilitarizado durante 30 años y ahora terreno abonado para el terrorismo. La paz con Egipto ha sido una garantía para Israel en los últimos 30 años, cuya degradación no pueden permitirse ni Estados Unidos ni Israel.
Enlaza esta cuestión con la tercera crisis. ¿Cómo se relacionará Israel con el mundo árabe en el futuro, es decir, con los países surgidos de la primavera de 2011? Basta recordar, como hace Shlaim, que la Liga Árabe tenía como objetivo central de su propia existencia la resolución del problema palestino y la desaparición de Israel, y que ahora, en cambio, se está ocupando de otras cosas como impedir las matanzas en Libia primero, ahora en Siria.
La impresión más superficial es que Israel está esperando a que se defina algo más el paisaje para empezar a moverse de nuevo en el tema palestino y concentrando todos sus esfuerzos en su conflicto con Irán, justo en el momento de la crisis siria, lo que lleva a valorar el conjunto como una ofensiva definitiva contra lo que queda del frente de rechazo contra Israel.
El libro sirve para entender y revisar muchos episodios y detalles más de la historia de las relaciones entre Israel y sus vecinos árabes. A veces basta con tener memoria, como a tiene Shlaim, pero otras además hay que poner en duda la versión oficial de los hechos. Dos ejemplos, entre muchísimos. La responsabilidad del fracaso de Camp David, atribuido a Arafat según las versiones de Clinton y de los israelíes. O la reversibilidad del concepto de terrorista. Shlaim nos recuerda que Israel ha practicado incluso la piratería aérea: en 1954, con un avión de pasajeros civiles, obligados a aterrizar en territorio israelí para intercambiarlos por cinco soldados prisioneros de Siria, donde se habían infiltrado. El primer ministro Moshe Sharett atajó el incidente señalando que “Israel debía elegir entre ser un Estado de derecho o un Estado pirata”.
A propósito de Sharett, diré que me han interesado muchísimo en este libro los retratos psicológicos e ideológicos de los políticos israelíes y sobre todo los sucesivos primeros ministros. Y que destacaría precisamente entre todos el de Sharett, reivindicado por Shlaim como uno de los pocos que se opuso a la política del Muro de Hierro: “un hombre equilibrado en tiempos de desequilibrio, un hombre de paz en una era violenta, un negociador que representaba una sociedad que menospreciaba las negociaciones, un hombre de compromiso en una cultura política que equiparaba el compromiso con la cobardía". Del diario de Sharett extrae Shlaim estos interrogantes: ¿Cuál es nuestro destino en el mundo? ¿Guerra hasta el final de las generaciones y vivir empuñando la espada?”.
El libro está lleno de humor y de chanzas sobre personajes y situaciones complicadas. Peres es “el saboteador infatigable”. Rabin una “efigie sin secretos”. Golda Meir decidió que “limitaría su vocabulario a doscientas palabras aunque podía llegar a utilizar 500”. El negociador egipcio Hassan Tuhami, astrólogo de Sadat, bufón de la corte, santón y apoyo moral, enloquece y desvaría en Camp David, arrebatado por un ataque místico y le pregunta a Moshe Dayan si es el Anticrito.
La árida historia militar y diplomática se alivia así con los aspectos más humanos y próximos. Pero nada de eso es humor gratuito, ni mucho menos. El título del capítulo sobre la guerra de los seis días valdría para el libro y para el Israel actual: 'Pobre pequeño Sansón', sacado de una frase de otro primer ministro, Levi Shkol: "preséntate a ti mismo como un pobre pequeño Sansón, un Sansón que inspire compasión”.
El Muro de Hierro versa también sobre lo que ahora se llama el relato, esa idea posmoderna del discurso que moldea la realidad. Es decir, la capacidad política de explicar y ordenar el pensamiento, las ideas y los argumentos hasta imponerlos como agenda a los otros, consiguiendo así una victoria dialéctica previa a cualquier negociación. La historia revisionista va contra lo que Shlaim llama el relato heroico moralista de la creación del Estado de Israel y de su prolongación durante los 60 años posteriores.
No hay relato nacional más eficaz actualmente en el mundo. Lo prueba la capacidad de Israel para modificar la agenda global. No recuerdo ahora quien dijo, creo que Kissinger, que para Israel todo es política interior. También lo demuestra el hecho de que la publicación de un poema por parte de un venerable premio Nobel de literatura pueda suscitar la prohibición de entrada a Israel de quien lo escribió. Debiera consolar a quienes han escuchado estupefactos las lindezas que le han caído a Günther Grass estos días saber, como nos ilustra muy bien el libro de Shlaim, que epítetos semejantes en los que entran en juego Auschwitz, Munich o Hitler se han prodigado también entre políticos israelíes por discrepancias domésticas o por las diferencias respecto a los numerosos y con frecuencia inútiles documentos y acuerdos de paz.
Un elemento de este relato es la idea de Israel como una isla democrática en un mar de dictaduras. Es una idea que tiene relación también con el relato del Muro de Hierro y tiene un objetivo tranquilizador. Una parte de la opinión israelí quiere mantenerse tal como está, inmóvil e imperturbable dentro del Muro de Hierro. Por eso necesita que el mundo exterior sea profundamente hostil: el antisemitismo estará siempre amenazando, los árabes serán siempre los árabes y no cambiarán.
El Muro de Hierro seguirá existiendo mientras Israel esté gobernado por una mayoría en la que se mezcla la inseguridad psicológica con el apetito territorial. El Muro de Hierro sirve para satisfacer ambas cosas, pero impide la resolución del conflicto. Corresponde también a un vértigo ante la paz definitiva, que Israel ha experimentado en varias ocasiones. Al final, la negociación siempre se ha convertido en una compra de tiempo. La seguridad finalmente es lo que hay, el Israel cercado por los árabes en el que se ha construido la nación real que existe.
Pero este relato tiene plazo de caducidad. El cambio que está experimentando el mundo árabe no es un pie forzado para Israel, sino una oportunidad, que sus dirigentes sabrán aprovechar o no. El pie forzado es la demografía, que obligará a resolver el muy conocido trilema que tiene planteado Israel, entre su carácter judío, su integridad territorial y la democracia y los valores sobre los que se ha construido. El trilema solo permite salvar dos términos de tres. Si es judío y democrático debe ceder territorio. Si es judío en todo el territorio no puede ser democrático. Si es democrático y en todo el territorio deja de ser judío.
Y hasta ahora se nos olvidó que la creación de ese nuevo estado fue a expensas de otro que no tuvo nada que ver con el sufrimiento de aquellas víctimas.
El problema actual es la complicidad del la llamada “comunidad internacional”, árabes incluidos, primero por callarse a las atrocidades apenadas en la región y dar la espalda a los palestinos, ya que todo el escenario de guerras y negociaciones es una tomadura de pelo que les está dando tiempo a los israelíes a consolidar un cambiante statu quo hasta el próximo y siempre con nuevas exigencia imposibles de cumplir que se añaden a las anteriores, y segundo por el chantaje sionista israelí-norteamericano que nos ofusca a todos para no ver las realidades.
El poema publicado en varios idiomas hace pocos días de Günter Grass, declarado persona non grata en Israel, y las lindezas que cayeron sobre él, es la autentica cara de la falsa democracia occidental. Grass ganador de Nobel de literatura 1999, se le declara la guerra de políticos, historiadores y escritores israelíes por el simple hecho que ostentó al expresar no poder callarse más en sus 66 versos “Was gesagt werden muss” (Lo que debe decirse): que Israel como potencia nuclear desde hace más de cuatro décadas pretende atacar a otro estado sólo por creer que éste podría obtener esta misma arma en un futuro cercano. El historiador Tom Segev lo criticó porque Irán amenazó a Israel cosa que según Segev, nunca hizo Israel. Lamentable resulta que un historiador de la talla de Segev se le olvida que Israel al crearse como estado, lo hizo borrando, (no amenazando), de la historia a otro pueblo, el palestino.
Muchas gracias por permitir mi comentario.